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El espacio El Autor y su Obra, dedicado a Araceli García Carranza, un acto de justicia

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En la tarde del pasado miércoles 16 de diciembre, en la Galería El Reino de este mundo, de la Biblioteca Nacional José Martí (BNJM), se llevó a cabo el habitual espacio El autor y su Obra, que conduce el Instituto Cubano del Libro, en esta ocasión apoyado en su realización por la Biblioteca Nacional. La protagonista de la tarde fue la primera bibliógrafa cubana, Araceli García Carranza, quien el próximo año acumulará cincuenta y nueve años de trabajo ininterrumpido en la institución.

El panel que comentó la vida y obra de García Carranza estuvo integrado por Fernando Rodríguez Sosa (también como moderador), Virgilio López Lemus y por el que esto escribe. Cada ponente resaltó la extraordinaria contribución de Araceli a la cultura nacional y el muy bien ganado prestigio a que ha sido, y es, acreedora por su trabajo sostenido y relevante en la Biblioteca Nacional durante casi seis décadas. En la parte final de la tarde, Araceli explicó cómo fueron sus comienzos en la institución, las personalidades que la ayudaron en esos primeros tiempos y cómo a lo largo de los años vio crecer una intelectualidad cubana que siguió las huellas de Cintio y Fina, Eliseo Diego, Sidroc Ramos, Juan Pérez de la Riva, Manuel Moreno Fraginals, Lisandro Otero y otros nombres relevantes de nuestra cultura. Habló también sobre la Revista de la Biblioteca Nacional, de la cual es su Jefa de Redacción desde hace quince años y de otros aspectos fundamentales del trabajo de la Biblioteca Nacional José Martí como fue el nacimiento de lo que hoy es el Centro de Estudios Martianos, anteriormente Sala Martí. Es decir, toda una vivencialidad resumida en unos cuantos minutos de una intervención matizada por la emoción contenida de García Carranza.

Al final de la concurrida velada, se le entregaron a la homenajeada varios reconocimientos y presentes de parte del Ministro de Cultura, el Instituto Cubano del Libro y la propia Biblioteca Nacional. Sus compañeros de trabajo desde hace muchos años estuvieron presentes.

A continuación, ofrezco algunos fragmentos de mi intervención:

“Si uno busca en el diccionario Larousse la palabra “generosidad”, encuentra la siguiente definición: “La generosidad es la virtud de las grandes almas. De noble corazón, valiente, esforzado. Cualidad de generoso. Sinónimos: Caridad, desprendimiento, magnanimidad. Contrario a cobarde y egoísta”. Vaya, se me antoja que es casi la síntesis de un retrato de nuestra querida Araceli o mejor, un buen referente para iniciarlo. Lo explicaré a medida que avance en mis palabras.

Por otra parte, antes de expresar lo que pienso decir hoy en este espacio, contaré algo que parece nimio, pero que complementa, a pesar de su origen azaroso, al serio y riguroso Larousse. Un día, repasando un ejemplar de la Revista de la Biblioteca Nacional, al pasar una página, cayó sobre la mesa del cubículo en el que trabajo, un papelito que decía: “Dulce, pausada, cariñosa es, exige muy suave, todos la queremos de verdad, ¿Quíen será? [y el mismo autor de la nota se responde] Araceli”. Fin del breve texto. Como verán, pudiera ahora mismo callarme y casi ya se ha dicho todo entre las líneas de un diccionario y un minúsculo papelito contentivo de una estrofa anónima de tono cariñoso. Pero no, eso no es todo, obviamente. En realidad, quiero decir hoy algunas cosas más en una ocasión como esta. Me parece una oportunidad única para devolver elogios y para subrayar los dones de esta mujer excepcional ante sus compañeros de trabajo y afectos.

Cuando en el verano de 1990 comencé a trabajar en la BNJM, me encontré con un nutrido grupo de trabajadores que me acogieron con cordialidad. Entre ellos y otras personas que visitaban con frecuencia la institución como Sidroc Ramos, Fina y Cintio, Eliseo Diego, etc, y con los que charlé a menudo, Araceli García Carranza sobresalió por su generosidad. Ella fue especial en su hospitalidad, pues me recibió con calidez, con esa suavidad a que se refiere el papelito encontrado. Allí, en su cubículo, comencé a tener prolongadas conversaciones sobre distintos temas, casi siempre culturales. Fue, a la par, un descubrimiento y un oasis. Ese pequeño espacio se convirtió, rápidamente, en uno de mis lugares preferidos de la silenciosa biblioteca. Gradualmente, en la medida en que fui entendiendo la dinámica de la institución, y que fui conociendo su historia y a sus trabajadores, me percaté de que Araceli era algo especial en medio de un centro de trabajo que parecía ser como otro cualquiera, pero que realmente no lo era, se trataba de un colectivo muy singular (al menos hace treinta años era así) y ella era la distinción misma dentro de esa singularidad. No estoy mitificando a esta dama de nuestra cultura, solo estoy evocando impresiones que se anidaron en mi memoria. De manera que entrar a su cubículo y entablar una conversación con ella, se convirtió para mí en un estímulo más, quizás uno de los más fuertes, de mi estancia por tres años en la BNJM a inicios de los noventa del pasado siglo.

Mi trabajo en el entonces Departamento de Publicaciones y Conservación me permitía las escapadas al segundo piso y conversar con Araceli. Fue toda una escuela para mí. Con Araceli los temas eran muy variados, aunque nos unió uno en particular, la Revista de la Biblioteca Nacional. La revista era, y ahora de nuevo lo es, afortunadamente, una obsesión para nosotros. Ambos sabíamos que era un tesoro de nuestra cultura y que había que protegerla y continuarla cada vez mejor. Recuerdo que, cuando llegó la orden de reducir al mínimo las publicaciones impresas en el país por falta de papel, en 1991, juntos nos alegramos mucho de haber salvado la Revista de aquella liquidación que podía ser por mucho tiempo o indefinidamente, pues en Cuba, como se sabe, no hay nada más permanente y definitivo que lo que un día fue provisional. Juntos pensamos en voz alta algunos números de la publicación, sus sumarios, temas y autores.

Ahora bien, ¿qué es lo que ha aportado Araceli a nuestra cultura? Diré sucintamente lo que considero como su aporte fundamental, aquí cada uno dará su opinión al respecto. Pues bien, en primer lugar, su erudición. El acumular conocimientos durante casi seis décadas de trabajo y hacerlo con un enorme talento, permite dominar cualquier actividad de manera absoluta. Y Araceli es desde hace años nuestra primera bibliógrafa. Ella ha hecho de la investigación bibliográfica una escuela. El saldo de su trabajo bibliográfico es inconmensurable y no lo voy a repetir aquí como si recitara una letanía de textos. Las bibliografías de los grandes hechos de nuestra historia y la de nuestros grandes intelectuales han sido realizadas por ella, a veces de conjunto con su hermana Josefina, lamentablemente fallecida. En segundo lugar, su voluntad de servicio a los demás. En Araceli entregarse a la ayuda y cooperación de cualquier necesitado es su estado natural. Es la magnanimidad de la definición antes citada. En tercer término, su decencia. Si me lo permiten, insisto y lo repito: decencia. Sé que es un valor que anda cuesta abajo en nuestra sociedad, en desuso digamos, pero que en ella es naturaleza establecida. En cuarto lugar, el sentido que Araceli posee de la función de las bibliotecas, algo que ella aprendió tempranamente con el magisterio de María Teresa Freyre de Andrade y que lo asumió como una divisa de trabajo; la biblioteca como centro irradiador de cultura. De manera que Araceli se convirtió, sin quererlo, ni pedirlo, en una consultora de gran experticia que los directores que han pasado por la BN tuvieron a la mano, sólo que pienso que no todos la escucharon con la misma atención.

Por último, y regreso al concepto de generosidad, del que no quiero despegarme, deseo ponderar su valentía. Para nadie es un secreto que la pérdida de Julito, su esposo de toda la vida, fue un mazazo, un golpe muy fuerte, un golpe de los que habló César Vallejo en Los heraldos negros, y cualquiera hubiese entendido, en ese dramático minuto, que era lógico la llegada del momento de la jubilación para Araceli. Más no fue así. Ella decidió, para bien de todos, que seguiría trabajando, sencilla y sostenidamente, en su cubículo y después de 59 años de trabajo ininterrumpido en la BN ahí la tenemos, como siempre, presta para aclarar una duda, para indicar un libro, un periódico o un autor, suavemente, con delicadeza y educación, en fin, presta para servir, para ayudar. No sería posible contabilizar los especialistas extranjeros y cubanos, personalidades, simples estudiantes, representantes de organismos e investigadores, que han sido atendidos por nuestra querida amiga a lo largo de casi seis décadas; sin embargo, estoy seguro de que cada una de esas personas sí la recuerdan a ella y su capacidad de servicio. Es el desprendimiento al que alude la definición citada al inicio.

Martiana hasta la médula de sus huesos, patriota convencida, Araceli es una persona que apela a los valores humanos y humanistas más puros. José Martí, el de verdad, el genuino, puede ser una guía segura para el cubano digno y amante de su patria y Araceli es una buena muestra de ello. En la cubanía espesa de Araceli cabe lo universal, desde luego, pero el tronco, como pedía el Maestro, es el de la república o la patria. Y en su caso lo es. ¿Qué aspecto esencial de la cultura del mundo no estaría comprendido en las obras de Martí, Lezama, Ramiro Guerra, Carpentier, Cintio, Leal o Roberto? Creo que muy pocos. Esa es la vertiente cultural a la que Araceli se aferró desde siempre y eso es, sin duda alguna, cubanía.

Hablemos también del respeto. El respeto a la profesionalidad y al rigor. El decoro de nuestra querida Araceli. Se trata de una biografía personal que inspira lo mejor de nuestros sentimientos y admiración. Araceli goza de un prestigio ganado en buena lid entre reconocidos intelectuales e investigadores de todo el mundo, su nombre es como una garantía de calidad en cualquier investigación o como un emblema de profesionalidad.

Y a pesar de la alegada suavidad, que es indiscutible, Araceli es una persona de una gran fortaleza. Ahora mismo, en los 9 meses de aislamiento por la pandemia, esta gran mujer enfrentó la soledad de su hogar con coraje y valentía sin igual. Hablo de una soledad total, vale decir. Solo las paredes y el techo, repletos de recuerdos, para dialogar, ninguna o pocas visitas, arreglárselas sola con una enfermedad o malestar, realmente es algo terrible a su provecta edad. Sin embargo, Araceli se mantuvo firme y aprovechó esa soledad para trabajar, sugerir un autor o un texto para la Revista o escribir los suyos. Hemos conversado casi a diario telefónicamente durante estos meses y conozco de sus estados de ánimo y sus ideas y debo reconocer hoy aquí su resistencia y carácter ante la adversidad. Ciertamente, la soledad no es amigable. Sin embargo, Araceli la enfrentó con admirable entereza. Es mucha Araceli. De manera que más que un informe sobre su trabajo en todos estos largos años, he preferido referirme a su sentido esencial, el de convertirse, sin advertirlo o pretenderlo, en una institución dentro de otra, así, suavemente, sonriente, dulce, con la sabiduría adquirida del día a día de la vida y la cortesía que emana de la decencia y la educación.

Recuerdo ahora, y ya termino, que en una ocasión ella dijo, acertadamente, que la Revista de la BNJM era una enciclopedia de la cultura cubana, frase llena de verdad por donde quiera que se la tome; pues bien, hoy deseo aplicársela a Araceli, ya que ella también es, indiscutiblemente, una enciclopedia de nuestra cultura, pero, sobre todo, ella es un valor humano inconmensurable, una mujer extraordinaria y una cubana excepcional”.

Fuente: Periódico Cubarte

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