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Huberal Herrera y su pacto con el piano

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Huberal Herrera y su pacto con el piano

Por Jorge Fiallo

Fuente: Cubarte

Huberal, documental de José Galiño recién estrenado por la Productora de Audiovisuales Octavio Cortázar de la UNEAC, ofrece la oportunidad de penetrar en profundidad a la vida, el credo artístico y el contexto sociocultural en que nació y vive sus lozanos 88 años el pianista Huberal Herrera, algo de inestimable valor para que dentro y fuera de Cuba, hoy y siempre, podamos aquilatar mejor su decantado arte.

Así ocurre aquí gracias a la sensibilidad musical, dominio del sonido y capacidad de aunar voluntades del director frente a su equipo de realización al grabar y editar música, diálogos o al presentarlos luego en imágenes que nos desplazan, sin marearnos, porque permiten ver los detalles significativos, alrededor de los personajes que van dominando la escena: Huberal, el piano del cordaje al teclado, la música en vertientes, funciones y caracteres disímiles, la intervención de los pianistas Guillermo Tuzzio y Alberto Joya, el primero tocando a cuatro manos con Huberal, el segundo rememorando el placer de haber producido para la Sociedad General de Autores y Editores de España los tres discos compactos grabados por Huberal con la obra integral para piano solo de Ernesto Lecuona, compositor al cual privilegia en su repertorio, sin limitarse a él.

Escuchando sus interpretaciones en el documental se nos hace evidente, como ha sido en sus conciertos, la balanceada suma de corrección técnica, de concepto para delimitar o diferenciar lenguajes y estilos creativos que se proyectan luego en su estilo interpretativo mediante una inteligente apropiación de la música, donde se integran y cobran sentido cabal en el vuelo fantasioso y en su buen gusto al abrazar igual lo ajeno como lo nuestro-universal, sin que sobre ni falte un acento más del que reclama, con sabor y con medida, el discurso musical.

El documental propicia un acercamiento desde diferentes ángulos, algunos con facetas de Huberal que son una revelación incluso para quienes, aparte del vínculo con él de la escena al lunetario, hemos tenido el privilegio del trato afectuoso que prodiga, solo que en el fragor de las mutuas diligencias meramente profesionales nos ha resultado poco el tiempo en que hablamos de lo técnico y expresivo musical, donde tan aleccionadoras resultan sus palabras, después de escuchar su locuaz disertación desde el piano. Aquí nos llega, como necesario complemento, el acercamiento a su formación personal y profesional.

No es, sin embargo, un mero recuento biográfico: desde la entrevista ilustrada en el documental se alternan sus interpretaciones al piano con hitos destacados de la vida, obra, visión y posición social del artista. Y es en función de esto que acopia datos tan interesantes como su primera presentación con 9 años en un teatro de Güines… y se muestra el programa; en su casa había una pianola de cintas en la cual abundaban obras de Lecuona, a quien era tan activa aficionada su mamá, cintas perforadas por el mismo compositor, con música propia y de otros; Lecuona, de quien se transmitía por radio una novela de su vida… y mientras en la entrevista nos refiere todo esto la cámara muestra en acción una pianola de la misma marca descrita por Huberal, que no la misma: fueron a buscar imágenes de otra; o la foto de un aviso publicitario con día, hora, emisora y hasta la voz de un locutor anunciando la radionovela… En fin: un verdadero trabajo de búsqueda informativa apoyando una diligente investigación.

No, no es una biografía: es hacernos andar junto a Huberal por los caminos que fue tomando su vida, sentir su misma devoción por el piano, la música y la sociedad en que vive, donde ha defendido incluso en ciertos momentos a contracorriente valores de cubanía que están por encima de los reproches de tan variado carácter como los que desterraron a Lecuona de planes académicos por presupuestos estéticos y supuestos daños a la  técnica pianística. El propio compositor, ya con 16 años pionero del afrocubanismo en nuestra cultura, declaró que en 1911 los consagrados le criticaron, pues creían que “debía cultivar la música de rancio clasicismo. Pero yo hice La comparsa, Danza negra, Danza lucumí…”.

Solapados luego junto con aquellos reparos, llegaron los prejuicios políticos, que no solo tocaron a Lecuona, sino incluso a Gonzalo Roig, y aquí el documental presenta recortes de prensa relativos a un vergonzoso intento de catalogarlos a los dos como supuestos colaboradores de la tiranía batistiana y de criticar que se les presentara con todo su mérito.

Pero ciertamente a Lecuona le tocó la peor parte, y Huberal, que nunca dejó de interpretar su música, acota ante la cámara cómo en una época estuvo prácticamente cerrado y solo tocaba con la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) cuando venían directores extranjeros, “de lo cual me alegro, porque eran muy buenos”, confiesa mientras se nos muestra el fragmento de un video donde actúa como solista acompañado por la OSN, una de las tantas vertientes de su labor, que abarcó la docencia, el acompañamiento de cantantes, ballet… y llegó hasta la integración con una orquesta de música popular, sí, con tumba’o y todo.

En este punto quiero pedirle disculpas al mago porque pretendo destacar algo del truco, y también a los espectadores que prefieren dejarse llevar y que no le rompan la ilusión. Pero como dicen del arte que es un autoengaño consciente, pienso en los varios méritos del artista que es José Galiño y no puedo obviar su destreza en este acápite.

Por cierto, y para que no me carguen toda la culpa en solitario, en la sección final del propio documental se despeja una incógnita, porque ya mencioné cómo la imagen nos desplaza… Pues bien: nótense esas tomas que desde arriba muestran en picado las manos de Huberal dominando el teclado (de paso véanse las extensiones y la flexibilidad de sus dedos). ¿Piensa usted en una “jirafa” que sostenga firme la cámara en la altura? Nada de eso: en los créditos hay un recuadro donde vemos enroscado en una larga escalera a un joven intrépido, y no con una steady camera de las que mantienen la máxima estabilidad muévase como se mueva, no: es a pulso como logra ese control que nos permite ver las manos del pianista sobre el teclado.

Pero el colmo del truco está en el trabajo de edición donde se divide la interpretación de La comparsa a cargo de Huberal y de Lecuona, este último en imágenes cinematográficas. Solo digo una parte, y no por escapar al anatema de ser el que cuenta la película; más bien me quiero reconocer rendido, pero conscientemente, a la ilusión de ese viaje en el tiempo que el documental logra saltando del sonido en un primer plano —el presente— a otro como en lontananza, el equilibrio entre el sonido del diminuto piano vertical que toca Lecuona y el piano de cola Steinway con el que grabó Huberal (se lo dispuso Pablo Milanés y vemos imágenes de cómo lo acogió gentilmente en su estudio PM RECORDS para todo el documental). Pero si este tipo de collage, salvo contadas excepciones, en general me resulta forzado, aquí hay varios detalles que más allá de lo dicho le otorgan un mérito especial.

En primer lugar resalta cómo en ambos se logra la coherencia del plan interpretativo de La comparsa (creciendo gradualmente en intensidad y empuje como viniendo de lejos, pasando frente a nosotros para luego decrecer cuando se aleja). Después ya es cosa de oficio, aunque nada fácil, la sincronización de aquellos fotogramas con la grabación en disco del propio compositor, que la película disponible no permitía este buen acople sonoro.

Lo fundamental está en ese Lecuona “virtual” que el director ha revivido gracias a un trabajo de edición ingente, meticuloso hasta el límite de lo humanamente concebible, para ponerlo a él tocando esa misma obra en una película, y a él mismo en la grabación de un disco. Luego viene otro proceso, el de “retocar” el sonido al normalizarlo y, a la vez, diferenciado en presencia. En fin, lo que hay más allá debía confesarlo, si lo desea, el propio realizador. O tal vez prefiera decir con Atahualpa Yupanqui: “… y lo mejor de mi canto se queda dentro de mí”.

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