La Colmenita en el corazón de El Salvador

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La Colmenita en el corazón de El Salvador

Por Ricardo Alonso Venereo

Fuente: Granma Digital

Hoy 14 de febrero la Compañía de Teatro Infantil La Colmenita, Embajadora de Buena Voluntad de la Unicef, dirigida por Carlos Alberto Cremata Malberti (Tin), cumple 28 años de trabajo. Es un día de fiesta para los colmeneros que se han ganado el respeto y el cariño de todo nuestro pueblo, incluso de otros lejanos como México, Panamá, Nicaragua, República Dominicana, Colombia, Argentina, Venezuela, España, Canadá, Bangladesh y El Salvador, donde hoy La Colmenita se ha multiplicado.

¡Cuánto querrían Marta María Palacios Cabrera y Luis Manuel Iglesias Reyes (Luisma), el Leopoldino del programa Vivir del cuento, estar en casa en esta fecha! Ellos, con 21 y 24 años de labor respectivamente en la compañía, lo celebrarán trabajando en la hermana República de El Salvador, donde permanecen desde hace dos años.

Marta es la coordinadora del Sistema de Colmenitas en El Salvador, junto a Luis Manuel. Ambos se subordinan a la Dirección Nacional de casas de Cultura para el Desarrollo de la Convivencia y del Buen Vivir.

Llegaron en abril del 2016 dispuestos a «sembrar muchas Colmenitas», luego del trabajo de diagnóstico desarrollado por varios colegas cubanos. El proyecto nació en noviembre del 2015 a solicitud del presidente del país, Salvador Sánchez Cerén, tras compartir con la Colmenita en su primera visita oficial a Cuba.

«Entre los dos, dice Marta, atendemos 26 Colmenitas (13 cada uno) con 788 niñas, niños y adolescentes, y en este año nos han pedido que lleguemos a 30 en total. También hemos preparado a 15 facilitadores entre trabajadores de las casas de Cultura y familiares de los niños, que nos apoyan en nuestras actividades. A través de los talleres de preparación, los dotamos de herramientas y disciplina, con el objetivo de que ellos puedan asumir el trabajo con los grupos y dar continuidad cuando nosotros ya no estemos en El Salvador».

«Nuestro trabajo es un reto, explica Luisma, porque tenemos que hacer muchas cosas. Gracias a que La Colmenita ha sido nuestra escuela es que lo hacemos. Si nos vieras preparando los vestuarios, la escenografía, las luces, todo. Imagínate hacer un Festival Nacional de Teatro Infantil por la Paz y la Convivencia, que ya se han hecho dos, donde toda la responsabilidad es nuestra, por supuesto, apoyados por la Secretaría de Cultura y los jóvenes facilitadores que nos acompañan.

«En el Segundo Festival se presentaron en el escenario 260 niñas, niños y adolescentes, además de unos abuelitos campesinos que tienen un grupo de baile folclórico que por primera vez actuaban para el Presidente de la República. Fue muy emocionante verlos a todos tan felices al terminar el Festival, nos pareció un sueño, una locura, pero una
locura linda, que valió la pena y recompensó todo el sacrificio hecho, las largas jornadas recorriendo todo el país, las 14 o 16 horas de trabajo diarias. En octubre será el Tercer Festival».

Marta y Luisma llegaron a La Colmenita a través de sus hijos. La primera empezó como contadora hasta que se hizo productora y hoy es «profesora» como le dicen los salvadoreños. Le ayuda mucho su experiencia anterior de cuatro años como Coordinadora General del Sistema de Colmenitas en Venezuela.

El segundo, maestro de primaria, lo sigue siendo, señala, aunque ahora es profesor colmenero. En La Colmenita se evalúo de actor. Para él, esta es «su gran familia». Con anterioridad fundó Colmenitas en Panamá y en Sevilla, España.

Según Marta, en La Colmenita han aprendido a tener «un sentido de la responsabilidad con lo que nos pertenece, con nuestro patrimonio que es más grande que un nombre o que una compañía, una familia o un teatro. Es Cuba y su Revolución. Se siente rico ver a muchos niños felices y se siente vanidad, satisfacción. Honra saber que soy cubana y que puedo llevar este pedacito de mi tierra a un lugar donde se habían olvidado de los niños por muchos años».

«La experiencia en El Salvador ha sido otra, expresa Luisma, más conmovedora, más emocionante, por la humildad y la sencillez de los salvadoreños y por la entrega de sus niñas y niños».

Cuba se extraña, me dicen a coro, pero es tanto el agradecimiento que reciben de los niños y de sus familias, el apoyo del Gobierno y de las instituciones involucradas, de la Embajada de Cuba y de los jóvenes facilitadores, que eso pesa mucho. Entonces, se embullan y me cuentan algunas anécdotas, todas estremecedoras, que llegan como dardos al corazón de quien las oye. Solo recojo un par de ellas. Marta es la primera en contarme.

«En una reunión con los padres de La Colmenita de San Isidro, había un papá que nos estaba escuchando atentamente y con ese brillo en los ojos del que está encantado con lo que le llega. Luisma y yo estábamos hablando de La Colmenita y lo hacíamos desde el corazón. De repente este padre pide la palabra y nos dice: “yo los estoy escuchando hablar tan enamorados de lo que hacen y defender con tanta fuerza el tiempo que deben tener los niños para jugar y para reír, que me siento muy feliz de que mi hijo pueda estar en este proyecto y les quiero agradecer por venir hasta este sitio tan alejado y traernos La Colmenita”».

Los niños salvadoreños llevan en su genética social las historias de una guerra que dejó mucho dolor y sufrimiento. A pesar de los años que han pasado después de los Acuerdos de Paz, aún hoy les dejan marcas. A muchos de ellos, que viven en lugares muy humildes y que tienen que ayudar a sus familias en el trabajo del campo, les resulta un poco extraño ver a dos profesores de un país del que no han escuchado hablar nunca, intentando hacerlos cantar, bailar y reír.

Ahora es Luisma quien hace sus confesiones: «Una vez en Santo Domingo de Guzmán, que es uno de los poblados de la cuna náhuatl y donde los niños tienen canciones en esa lengua, estábamos intentando escribir la canción del Perrito Zuki en náhuatl. Para que nos ayudara, me traen a una abuelita de unos 80 años, indígena y con unas malas pulgas tremendas, que comenzó a cantar la canción sin tener en cuenta la música ni a los niños que intentaban seguirla, y para tratar de ayudarla y que los niños pudieran entenderla le sugerí humildemente que intentara escuchar la música y que cantara más despacio que esa canción queríamos cantarla junto al Coro Presidencial.

«Entonces esta abuelita enojada me miró de arriba abajo y me dijo desafiante: “quita esa música y grábame a mí y ya está”. Al final la ternura de los niños pudo más que su molestia y logramos entendernos con ella y que nos escribiera la canción en náhuatl, aunque a veces se aparecía en clases y comenzaba a cantar cualquier otra canción interrumpiendo lo que estábamos haciendo y ya no había forma de callarla, pero es normal, debe ser terrible no haber tenido la oportunidad de hacerlo cuando era niña».

Hay niños de diferentes edades. Con ellos hacen una selección y donde no hay casas de Cultura, dan clases en otros lugares, en escuelas, en salones de las alcaldías y en algunos sitios, hasta las monjitas han puesto sus casas parroquiales al servicio de las Colmenitas y de la Comunidad. Así va avanzando el trabajo de Marta y Luis Manuel, un trabajo de abejitas laboriosas en un país que intenta a toda costa dignificar a su pueblo y en especial, a sus niñas, niños, adolescentes y jóvenes.

Al trabajo de Marta y Luis Miguel también han contribuido los profesores colmeneros José Armando Alpízar, Lisbelt  Arrastía y Patricia Gómez, que pasaron por El Salvador el año pasado. Ellos desempeñaron un papel fundamental en la creación de las primeras 13 Colmenitas.

Entre las obras que han logrado montar se encuentran Meñique, La cucarachita va al mercado, El canto de la chicharra (a la cigarra ellos le dicen chicharra), Sopita de sueños y La recuerda de las bolas de fuego. Algunas tratan sobre sucesos ocurridos en la propia comunidad como es el caso de El caserío encantado, que conmovió mucho al público.

«Fue algo nunca visto en el que se evidenció la recuperación de nuestra memoria histórica», dijeron las autoridades. Fue la visión de los niños de El Mozote representando los hechos trágicos ocurridos en 1981, pero de una forma diferente a como se contaba siempre, escrito de forma muy tierna por Maité, una trabajadora y mamá colmenera que escribe para nuestra compañía.

Según le comentó a Marta la propia embajadora de Cuba en El Salvador, Iliana Fonseca, «aquí hay mucha alegría con el trabajo de los colmeneros. El impacto que ha tenido La Colmenita es muy fuerte, tener casi 800 niños, sus familias, sus escuelas y sus barrios integrados al proyecto es un logro que no se había soñado nunca».