Por Miriela Fernández

Fuente: La Jiribilla

Si tú escuchas música dura, en La Habana, Holguín o en cualquier lugar vas a desear que exista un espacio donde todo sea ese sonido. Y si no está en tu mapa, te las arreglarás junto a algunos con los que tienes en común ser una roca ante incomprensiones y mantenerte en la magia y la estridencia musical que más te libera, para fundar ese sitio, e incluso, una banda, a través de lo que puedan seguir vivos “el grito y el mito” del rock and roll.

De ello va la auténtica actitud rockera y metalera. Es a lo que aluden músicos y seguidores de esas sonoridades cuando ha pasado el tiempo y continúan vibrando con las ondas extremas que producen sus alineaciones en el sentido técnico y espiritual. La consagración a estos géneros en la isla durante unos sesenta años ha atraído a la ficción literaria y también ha provocado acercamientos de corte investigativo. La editorial La luz, instalada en una de las plazas más fuertes de estas músicas a nivel nacional, entregó en el 2015 el libro Hierba mala. Una historia del rock en Cuba, de Humberto Manduley, y ahora deja memoria de la escena holguinera con Escaleras al cielo. El rock en Holguín, de Raúl Cardona, sociólogo, promotor y organizador de encuentros como el festival Metal HG, y Zenovio Hernández, una referencia en el campo de la investigación musical en ese territorio.

El libro se presentó el pasado domingo en el Pabellón Cuba, pero en busca de un espacio donde tocar el aura del rock, Cardona decidió hablar de estas páginas otra vez ayer en la tarde, en el Submarino Amarillo, frente a un público que conoce bien, siguiendo las palabras de Manduley sobre el texto, todo tipo de circunstancias por las que han transitado estos géneros, de las cuales han sobrevivido, curando con más creación sus cicatrices.

Quienes hayan leído Hierba mala… y Parche: Enciclopedia del Rock en Cuba notarán que aquí parecen fundirse los estilos de ambas publicaciones, al tener en un primer momento un tono ensayístico en torno a momentos importantes del devenir rockero en esa provincia oriental, para luego dar paso a una recopilación de bandas y una cronología de acontecimientos en los que los autores profundizan.

Después de unas palabras a los lectores, “Orígenes del cine norteamericano a Los Century” abre el libro. Recoge la llegada de la furia del rock and roll a Holguín y su interpretación por varias agrupaciones como Roland Swing, del saxofonista Roland Arrom, hasta contar con aquel ensamble mencionado al titular el capítulo, que tuvo un impacto más duradero y  atrajo al arreglista Juanito Márquez, a quien además de la música anglosajona le había sacudido el quehacer de la Orquesta Cubana de Música Moderna, experimental y beatlemaniaca en los sesenta.

“De la década oscura al rock socialista” conforma el segundo acápite que transita por las décadas setenta hasta los ochenta, y que los autores reconocen como un tiempo de renacimiento para el género en la Ciudad de los Parques.

“58 en Rock abre las puertas desde la radio” cuenta los esfuerzos promocionales, a partir de un programa radial como este, cuyos aniversarios unieron a rockeros y aquellos vanguardistas “radicales” que empezaban a asomar bajo las corrientes del heavy metal, en una celebración que se ha conocido como Escaleras al cielo, evocando el clásico tema de Led Zeppelin. Para entonces ya existía Aries, que parecía cruzar la línea del hard rock al metal, y aparecieron también EPD (1991) y Destrozer (1991). Los noventa, como década de consolidación creativa para varios grupos y espacios, culmina con la primera edición del “Metal HG: un festival para la historia”, que asimismo en el libro da paso a un nuevo capítulo, del que pueden hablar no solo holguineros, sino seguidores de estas sonoridades que han desembarcado allí durante un encuentro alimentado hasta hoy con la música más extrema.

Con “Rockmerías: un nuevo espacio para las bandas y su público” cierra el relato que el texto propone. Luego, como decía, un inventario hace que vuelvan a sonar en nuestras cabezas proyectos como Jeffrey Dahmer, Haborym Mastema, Sándalo, Mortuory, Espoleta, Mephisto y tantos otros. Aunque algunos continúan “dando guerra” en la provincia, como es el caso de los reconocidos pioneros del black metal cubano, otros tuvieron un paso efímero por la escena, pero el libro logra perpetuarlos nuevamente en el recuerdo a través de menciones y fotografías.

“Una exploración llevada a cabo en las memorias orales y escritas, para sacar a la luz un hecho innegable: el rock tiene y tendrá larga vida en Holguín y en toda Cuba”, ha dicho el investigador Humberto Manduley de estas páginas. El libro, que recoge también la relación de estos géneros con la literatura, a través de la alusión a textos de Alex Jorge “La Mole” (Destrozer, Mephisto, Jeffrey Dahmer, Diadema), Youre Merino, Irela Casañas, Hugo González y la producción incansable de fanzines como Evilness, Arock con Frijoles, Turbulencia y Subtle Death, deja razones para creer que se puede “morir con las botas puestas”.