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Un viaje de ida y vuelta a la tierra del Nunca Jamás

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Un viaje de ida y vuelta a la tierra del Nunca Jamás

Por Rafael Acosta de Arriba

Fuente: Cubarte


¿Por qué olvidamos con tanta facilidad al niño que fuimos? Esta interrogante parece gravitar sobre toda la muestra Había una vez…y mucho más, del reconocido artista José Angel Toirac, ahora de conjunto con sus dos hijos, en la galería Casa 8, del Fondo Cubano de Bienes Culturales.

Como se sabe, el arcano de la infancia es absolutamente cerrado. Cuando se sale de sus predios perdemos los códigos que lo configuran. Después tomamos distancia y se convierte en tierra de olvido y añoranzas. Ahí radica parte de su atractivo, en una hermeneútica caracterizada por el encanto del tiempo ido y la ingenuidad irrecuperable. Las ciencias y las artes han intentado descifrar ese universo codificado y no lo han logrado plenariamente. Con esta muestra Toirac y sus hijos se han sumado a la tentativa descifradora.

En Había una vez…y mucho más, inaugurada recientemente, se recrean zonas del universo infantil desde una aguda capacidad metafórica, la que ha estado siempre presente en la obra de Toirac. La relación existente entre cuentos y fábulas infantiles con la conducta, mitos y hábitos de la adultez es sometida a examen en estas piezas. Hay en ellas un tanto de historia familiar de los Toirac como de la voluntad sígnica de los tres artistas por construir una narrativa desde la poética de aquel fabuloso País de Nunca Jamás que nos obsedió y fascinó en su momento.

Un libro de historias para niños, Cuentos y estampas, de V. Setieiev, de 1973 (Editorial Progreso, Moscú y Editorial Gente Nueva, Cuba), brindó el pivote principal para muchos de los dibujos y el tono de la muestra. Según el propio Toirac, este fue uno de los libros que más le impactaron durante su infancia y muchas de las imágenes de la exposición emergen de la iconografía del volumen, un libro lleno de historias y fábulas de principio a fin y graficado por el autor ruso.

Otro momento de la exposición alude a la preganancia que siempre ha tenido la imagen de Che Guevara en la obra de Toirac. Dibujos suyos sobre la mítica personalidad revolucionaria, intervenidos por uno de sus hijos, aparecen en uno de los salones de exhibición de Casa 8, confirmando la importancia del guerrillero argentino dentro del simbolismo nunca ingenuo de Toirac.

Si el mundo cultural del hombre, de modo general, es el universo del sentido, el de las imágenes es ese donde el sentido alcanza su mayor expresión. Toirac manifestó su divisa creativa cuando dijo, hace muchos años: “El objetivo de mi obra es reformular aquellos mecanismos de representación que le dan sentido y significado a la realidad, que presentan los hechos de forma aparentemente neutral y objetiva. Mi metodología es, por una parte, deconstruir las imágenes instituidas de la memoria cultural, por otra, exhumar aquellas que han sido excluidas y marginalizadas por la tradición selectiva”.

Pues bien, en Había una vez…y mucho más el viaje de ida y vuelta a los recuerdos y las nostalgias de su infancia le ha permitido al artista potenciar su capacidad sígnica, hacerse más dueño aún de una metáfora crítica con la cual buscar sus verdades y quimeras posmodernas y, como siempre ha sido habitual en su obra, le ha permitido también abrir un nuevo camino de investigación sobre el arte y desde el arte.

El tan caro tema de la Historia (con mayúscula) para Toirac adquiere con Había una vez…y mucho más… una connotación otra, una nueva vía experimental para adentrarse en tópicos muy entrañables para nuestra cultura (y para él), como lo son la Virgen de la Caridad del Cobre, madre espiritual de los cubanos, la ya mencionada figura de Che Guevara, el erotismo, la sensualidad y la certidumbre de que la verdadera sapiencia reside en conocerse íntimamente, entre otros.

Los tres colores predominantes, blanco, gris y negro, la recurrente imagen de los tres monos sabios, plena de significados y los animales en posturas eróticas, son otras formas mediante las cuales el artista establece su código de signos, sus transferencias transtextuales y polisémicas, así como sus reciclajes simbólicos, recursos todos que se despliegan en la muestra.

El viaje de una tradición cultural cualquiera es el de ida y vuelta, viaje exhaustivo a lo largo y ancho de una cultura, un permanente regresar de sus valores, mitos y conceptos. Toirac lo sabe y su obra ha recorrido ese itinerario más de una vez, como diciéndonos que ese constante y cíclico retorno de la cultura y la memoria es el camino que debe emprender el artista si pretende encontrar sus verdades.

Con esta exposición, realizada de conjunto con sus dos hijos, Toirac viaja nuevamente y nos sorprende desde la seriedad y lubricidad que entraña el imposible regreso a la infancia.


 

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