El trovador y el sonero… el sonero y el trovador…

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Categoría: Noticias
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Por esas cosas impensables, impredecibles de la vida, esta noche del 21 de noviembre estaba escuchando al músico y poeta panameño Rubén Blades. Escuchaba su ópera salsa titulada “Maestra vida”. Mientras disfrutaba la música recordaba que en menos de dos horas sería el cumpleaños de Adalberto Álvarez, quien falleciera en septiembre del pasado año. Adalberto moría en La Habana un día después del cumpleaños de Arsenio Rodríguez, “el Ciego maravilloso” a quien todos consideran –rara vez hay un consenso generalizado—el padre del conjunto sonero y que compuso algunos de los sones más trascedentes de la historia.

Pensé, después de “Maestra vida” me merezco escuchar un compilatorio con los mejores temas de Adalberto y su son; y por qué no alzar mi copa y dar de beber a los muertos para que su música siga bendiciendo mi tiempo.

A toda voz, al menos era lo que consideraba, repetía aquello de “…tengo amigos, conocidos y enemigos/amores que me han querido y rostros que niegan verme…; cuando mi esposa, llorosa me largó la noticia como una bofetada a mi alegría: “…ha muerto Pablo Milanés… y esta vez es en serio… no es bola…”

Sabía que la noticia, la real estaba por llegar. Estaba anunciada dado su estado de salud; pero aún así me aferraba –como todos—a la ocurrencia de un milagro, a que una epifanía nos lo dejara un poco más de tiempo. La fe, esa que mueve montañas, era el asidero de todos los que le aman, los que le siguen, los que le conocimos y crecimos con sus canciones. Es decir, Cuba y un poco más allá.

Rubén Blades calló; o al menos dejé de escuchar su voz mientras repetía aquello de que “…la muerte es el mensajero que con la última hora viene/y el tiempo no se detiene ni por amor, ni dinero…”. Mi reproductor puso de modo automático a Adalberto cantando “Tu fiel trovador…” y recordé que los hombres no lloran; y si lo hacen no debe ser en público. Sentí pena de mí.

Hace algún tiempo había entendido, descubierto, por los golpes que nos da la vida, que el amor no siempre detiene los acontecimientos duros que debemos enfrentar, pero ayuda a soportarlos. Debo confesar que no sé si ha movido montañas, pero esta vez falló.

Pablo ya no estará. Ya no estaremos pendientes de sus conciertos, de cual será su próximo disco o si alguien le hará saber si aprobamos o no esa nueva canción suya. Esa que nos hará buscar en nuestro interior los resortes necesarios para entender la vida.

Ha muerto días antes de que celebremos los cincuenta años de la Nueva Trova, esa de la que es uno de sus padres fundadores. Esa a la que dio una dimensión inigualable, auténtica en el mismo momento que la acercó al son y a la rumba; pero sin la mirada prejuiciosa de algunos de sus contemporáneos del movimiento. Él sabía que estaba cruzando un límite. Entendió como pocos que Neruda, Guillén y Vallejo eran astros del mismo sistema donde orbitaban el Benny, Cuní y Nat “King” Kole.

Ha muerto también el mismo día que algunos celebramos la vida musical de Adalberto Álvarez. Debe ser que entre ellos, Olofi mediante, se estableció un pacto secreto minutos antes; o será simple coincidencia de la vida. No sé, lo ignoro.

Solo sé que Pablo no está y el son, como él dijo alguna vez “…Cuba pierde a un gran sonero…”; y por favor no nos llamemos a engaño; Pablo Milanés es la más grande adquisión de la música cubana de la segunda mitad del siglo XX como intérprete y su obra como compositor es insuperable. Lo cantó todo y lo hizo bien, perfecto en algunos casos.

Pero no todo fue cantar. También escribió al menos diez de las mejores canciones de amor de todos los tiempos en nuestra historia; y aunque no se ufanaba de ello fue su tema “Mis 22 años” - junto a “Lo material”, escrito por Juan Formell- el motor que cambió la dinámica de la canción cubana.

Una dinámica que comenzó con el filin y que involucró a César Portillo de la Luz, a Marta Valdés y que, temporalmente, termina con Pablo Milanés.

Ser seguidor de Pablo Milanés implica -el pasado no es una opción todavía para hablar de él- amar la trova tradicional y a esos trovadores poco conocidos, pienso en Cotán y “el Albino”; o saber que se atrevió a cantar con Miguelito Cuní acompañado del Conjunto Chapottín; o que en sus comienzos alguna vez compartió el micrófono con Abelardo Barroso; o que en su agenda habanera estaba compartir las alegrías y las rumbas con el poeta Eloy Machado, El Ambia y desde su esquina no temer e improvisar una diana mientras El niño Pujada y los Muñequitos de Matanzas ocupan el escenario.

Pablo compartió nuestra suerte. Alimentó nuestros sueños y en su nombre amamos mujeres y gritamos sus nombres a los cuatro vientos; cumplimos años y supimos de Guillén, el nuestro, más allá de sus libros.

Nos hizo humanos, más humano de lo que alguna vez soñamos. Tal y como afirmara alguna vez Federico García Lorca nos deja su amor humano… y yo, Pablo, quiero llorar porque me da la gana mientras escucho este son de Adalberto y brindo un trago a los eggun que compartimos. (Tomado del Periódico Cubarte)

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