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En la caja negra de mis recuerdos

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El Grupo Cultural Yuyachkani celebra 50 años a lo largo de 2021 y pronto, el 19 de julio, habrá fiesta en su sede de Magdalena del Mar, en Lima, por su cumpleaños exacto. Es el grupo más reconocido del teatro de su país y sinónimo del teatro peruano. Pero es, además, un notable símbolo de la escena latinoamericana.

Surge en una época en que la expresión política, entonces directa, era un objetivo del teatro a favor de las luchas y anhelos del pueblo y el vehículo para lograrlo, la creación colectiva. A lo largo de medio siglo ambas se han transformado al interior de la agrupación, pero no han abandonado en su esencia la una ni la otra. Su estética se caracteriza por una inmersión muy profunda en el tejido cultural de Perú. De ahí la presencia ritual y mítica del mundo andino, del cual emerge muchas veces la memoria a través de un espacio sagrado. Es el significado del vocablo quechua que cifra su nombre: «estoy pensando, estoy recordando». Pero también lo urbano sube a las tablas, o a cualquier estrado, con la conciencia de la ciudad como el destino de tantas reivindicaciones ancestrales o de hoy mismo, resultantes de las fracturas económicas y étnicas, así como de las abismales desigualdades sociales.

Ningún espectáculo representa mejor ese diálogo intercultural desde dentro como Los músicos ambulantes, su maravilloso clásico, vivo hasta hoy en su repertorio por casi cuatro décadas. Nos deslumbró en la visita de 1990 a Cuba, que incluyó presentaciones de Contraelviento, Balada del Bien-estar y No me toquen ese valse en aquel único Festival Latinoamericano de Camagüey y en la Casa de las Américas, institución de permanente vínculo con el grupo, al igual que el Consejo Nacional de las Artes Escénicas.

Aunque ya habían tocado puerto habanero en una ocasión, desde esa abarcadora estancia y su antesala en 1989 con el taller impartido en el Machurrucutu de la Escuela Internacional de Teatro de la América Latina y el Caribe por su director Miguel Rubio y la tremenda actriz Teresa Ralli, Yuyachkani se hizo nuestro. Una referencia para el trabajo de investigación entre lo propio nacional y la cultura teatral del siglo XX, para las técnicas de entrenamiento actoral y la pedagogía artística, para la apuesta por un teatro popular de altos quilates y, por supuesto, para el disfrute de un repertorio que con tanta amplitud crean y manejan. Así, porque todo emerge con fuerza telúrica desde un teatro que es pensamiento y acción.

Buena parte del mismo lo hemos podido ver entre el Mayo Teatral, de Casa, y otros eventos. Asombra siempre la actualización perenne de Yuyachkani. Partan de textos literarios (José María Arguedas, Julio Ortega, José Watanabe) o testimoniales, o creen ellos sus propias partituras, atraviesan sus creaciones con las corrientes más actuales de la escena contemporánea. Montajes colectivos como Hecho en Perú y Con-cierto Olvido, o unipersonales como Antígona, Rosa Cuchillo, Adiós, Ayacucho y Confesiones, marcados por el acto y lo performativo, no dejan, sin embargo, de plantar la memoria desgarrada de Perú en visiones globales o en reconstrucciones de figuras individuales. Hablan de todo cuanto ha padecido el país en las últimas décadas, de represiones veladas o al sol, de ausencias sin fin.

Comprometidos siempre con su origen y sus objetivos prístinos, esa resistente familia que es el Yuyachkani cincuentenario de Ana y Débora, Teresa y Rebeca, Augusto y Julián, y Miguel, permanece siempre en mi caja negra de recuerdos.

Fuente: Granma

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