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Fernando Martínez Heredia: el ejercicio de pensar

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Fernando Martínez Heredia: el ejercicio de pensar



Por Pedro Pablo Rodríguez

Fuente: Cubarte

Tenía 28 años cuando apareció su nombre impreso como autor de un texto. Fue en El Caimán Barbudo, cuando poetas y narradores querían aprender teoría revolucionaria junto a filósofos y otros dedicados al pensamiento social.

El asunto es que no queríamos acumular saberes sino explicarnos aquel formidable movimiento que fue la Revolución Cubana en la que todos participábamos de una u otra manera. Se trataba de entender mejor qué deseábamos, para qué eran la revolución, el socialismo. Y también para explicarlo a los otros, a los políticos, ideólogos e intelectuales del imperialismo, del neocolonialismo, de la dependencia, y hasta para debatir con los amigos marxistas del campo socialista y algunos otros de Europa occidental que decían que esta revolución tenía que cumplir las leyes de la historia, atenerse a ellas, para ser de veras  socialista, marxista.

Y los que oíamos y leíamos a Fidel y a Che; y nos zambullíamos en la historia cubana por la independencia, en Martí, en la revolución del 30; y soñábamos ser como los héroes guerrilleros de entonces: los de la Sierra Maestra, los de Venezuela, Guatemala, Colombia; los que dormíamos pensando que podíamos amanecer bajo las bombas yanquis; esos también descubríamos a Marx, a Engels, a Lenin, las tradiciones revolucionarias europeas, los diferentes marxistas de, para entonces, más de un siglo de desarrollo de ese pensamiento  y de las prácticas de revolución social contra el capitalismo.

Y así, en 1967, en una docena de cuartillas, Fernando Martínez, con 28 años de edad, nos enseñaba cómo había que unir todo eso para defender mejor esta revolución primera en el mundo occidental, esta que no se ajustaba a los manuales  soviéticos ni a los de la academia imperial. Porque allí, en esas pocas páginas, reflexionaba desde Cuba y para Cuba, pero también para el mundo, para la revolución de los oprimidos en el mundo.

No importan los avatares difíciles, las incomprensiones, los silenciamientos que tuvo que atravesar Fernando porque fue el mismo en todos los momentos: un cubano de la revolución socialista, un martiano, un fidelista. Sin privilegios; de vida modesta; con el oído pegado a la tierra para saber qué se pensaba y qué pasaba en esta Isla, en nuestra América y en el mundo; atenazado solo por la pasión de formar conciencia por todas partes, de pensar desde, por y para la revolución.

Raro académico este, que no solía regodearse en largas disquisiciones conceptuales, pero que a la vez podía explicarnos la belleza de una frase de Hegel o de Marx. Extraño teórico este que nos hizo estudiar El capital en agotadoras jornadas de debates, que impulsó un grupo de estudios de pensamiento revolucionario cubano en el Departamento de  Filosofía de la Universidad de La Habana y que marchaba con entusiasmo al trabajo voluntario en una fábrica o en la agricultura. Intelectual este, de estudio sistemático y amplias lecturas literarias, que disfrutaba un bolero y la picardía del estribillo  de una guaracha o de un son, la frase callejera que describía una relación social.

Si algo apreció Fernando, además de leer y escribir, fue escuchar a su gente a su pueblo; al que hace la cubanía, la revolución, el socialismo, mientras se va rehaciendo a sí mismo una y otra vez.

Si —como dijo Martí—, pensar es crear, prever y también hacer, Fernando Martínez fue un pensador pleno, tan pleno que se  nos dificulta ubicarlo en alguna disciplina: ¿filósofo, historiador, sociólogo, politólogo? Quizás baste con decir solamente pensador, ese ejercicio revolucionario  en que andaba justo en el momento de su muerte, mientras escribía.

Probablemente no tuvo tiempo de darse cuenta de lo que le sucedía, de  pensar en cómo asumir esa muerte. Los que estuvimos con él desde hace años debemos sentirnos orgullosos de este hombre capaz de, ante su muerte, hacer expresar a muchos jóvenes cariño, admiración, respeto y voluntad de seguir su camino. Fernando sigue ejercitando el pensamiento.

Te despido, Fernando, con esa frase que me decías al encontraros: “que la patria te contemple orgullosa”.  Así, orgullosa de ti, te despide la patria.

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