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Ningún país cabe en un filme

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Ningún país cabe en un filme



Granma

La filmografía cubana, que los locales esperamos con ansias cada año, llega en esta edición con dos largometrajes en competencia. Uno de ellos, Los buenos demonios, procura mostrar dos rostros, no solo de un hombre, sino de realidades, de contextos, de generaciones. Su realizador, Gerardo Chijona, de vasta experiencia cinematográfica (Adorables mentiras, Un paraíso bajo las estrellas, Perfecto amor equivocado, Boleto al paraíso), intenta visibilizar perspectivas de la humanidad desde un cuestionamiento ético.

Basada en el guion del cineasta Daniel Díaz Torres (1948-2013), a quien se le rinde homenaje en el filme, y en la novela Algún demonio, del cubano Alejandro Hernández, la cinta resulta una suerte de obra creada a seis manos y narra la historia de un muchacho capaz de cometer actos terribles, pero con un rostro angelical.

Sobre esta película y los desafíos que ella entrañó conversa con Granma su Director. Él cuenta que un día en Madrid, mientras conversaba con Alejandro Hernández, acordaron hacer el filme que le debían a Daniel. «Entonces empecé a convocar a un grupo de actores y entre todos intentamos hacer la mejor obra posible. Me costó trabajo realizarla, pues el guion es distante, austero, seco a veces. Fue filmado de tal forma que la cámara no entra mucho, y es mi largometraje con más planos largos y menos trabajo de edición».

«De los miembros del elenco, con quien más intercambios tuve fue con Carlos Enrique Almirante, pues él no iba a hacer ese papel al inicio, sino Héctor Medina, pero por un problema de fechas no pudo ser. Carlos interpretó un personaje difícil, con dos caras. No un sicópata, sino un muchacho que por las noches, cuando se monta en el taxi, comete actos terribles. La intención era que no se convirtiera en un cliché del malo».

—¿Qué partes de nuestro hoy quiso reflejar?

—Yo estaba buscando zonas de silencio de la realidad, esas áreas que no se ven o son ignoradas. Están como una corriente subterránea que se relaciona con el espíritu y los valores éticos. La película reflexiona sobre la moral o la falta de ella en un micromundo de personajes. No me gusta decir que una película es un país. Ningún país cabe en un filme, hay que estar loco para afirmar algo así. Las naciones resultan demasiado complejas, múltiples.

Al referirse a los momentos de crítica social que caracterizan a la cinematografía cubana, y que yacen en algunos de sus largometrajes, el cineasta concluyó: «La crítica que queda como sugerida, sutil, es la mejor, porque el público no es tonto y uno debe tener respeto por ellos. Muchas veces siento que el mensaje va por delante de la historia, y eso le quita vida a los personajes. Cada uno de ellos, de las diferentes generaciones, tiene su verdad. A nosotros no nos toca decir quién está equivocado y quién en lo correcto, no podemos juzgar».

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