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Variados registros en escena

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Variados registros en escena

Por Frank Padrón

Fuente: Juventud Rebelde

Como es habitual, la cartelera de teatro en la capital tiene para todos los gustos: musicales, clásicos, tradicionales, de experimentación y a veces un poco de todo. Revisemos.

Bésame mucho, de la compañía Yoldance, se enorgullece de llevar al escenario —en este caso del Mella— «más de 30 artistas»; aunque no es rigurosamente cierto (algunas de las figuras anunciadas brillan por su ausencia) habría que preguntarse si eso no redunda en defecto. La cantidad innecesaria de bailarines, cantantes y actores más bien entorpece movimientos, resta fluidez escénica al espectáculo.

Sin embargo, no es eso lo más grave de Bésame…: el show con dirección musical de Pachito Alonso y general de Yolena, su hija, entrega una historia tan endeble que no hay manera de empastarla con un mínimo de coherencia al discurso musical y danzario que, sin embargo, presenta variedad de ritmos cubanos y foráneos y más de una coreografía cuanto menos funcional.

Entonces, una de dos: o se elabora mejor la trama, donde acciones y personajes (como ocurre ahora) no se esbocen apenas y sí conozcan el elemental desarrollo que toda dramaturgia exige, o se elimina totalmente aquella y se expone simplemente un espectáculo de canciones y bailes, sin esa escueta línea argumental que ni da para cubrir las apariencias.

Dentro de una tendencia que se pretende heredera del vernáculo criollo asistimos a Cuentos de cama, por la Compañía Musical Habana, en el teatro América. Bajo la dirección artística de Ricardo Isidrón, nos enfrentamos a un grupo de sketchs que, como indica su nombre, llevan en común lo erótico. El doble y hasta triple sentido del humor nuestro, que tuvo en el género donde se enmarca la obra un ingrediente esencial, arroja aquí resultados bien desiguales.

Ya sobre una obra anterior de la compañía (El solar de Mongo P) señalábamos desde esta misma página coqueteos —cuando no sumersiones absolutas— con el mal gusto, pero al menos aquella pieza detentaba cierta organicidad y un amarre aceptable de elementos coreográficos y musicales. Esta vez, excepto alguna que otra viñeta más conseguida (como la del matrimonio que resuelve sus dilemas con un lenguaje de oficina), la mayoría opera con chistes y situaciones gastados, o poco simpáticos, cuando no delatan un sustrato homofóbico al insertarse en el tema de la diversidad sexual: como ocurría en la obra anterior (aunque ahora más acentuado) se insiste en los estereotipos, las afectaciones y los prejuicios incluyendo —en la homosexualidad masculina— las recurrentes y burdas asociaciones falocéntricas.

Se sabe que para satirizar hay que exagerar y hasta caricaturizar un poco, mas no al extremo de caer en actitudes lesivas para identidades sexuales que merecen todo respeto.

En otro orden, La Quinta Rueda llevó a las tablas de la sala Tito Junco La danza macabra, libremente inspirada en la pieza del célebre August Strindberg. Una realización a cuatro manos sobre un motivador texto que discursa en torno al agotamiento en las relaciones de pareja con toda su carga de intrigas, simulaciones, odios devenidos sarcasmos y desgarramientos que se codean con el crimen.

Maestro en las colisiones humanas, en esos combates que dejan la piel y el alma en los enfrentamientos, el autor de La señorita Julia entrega otro de sus profundos dramas dentro de su «teatro de la crueldad», que diseccionan la complejidad humana con visceral conocimiento de causa.

El montaje de La Quinta Rueda resulta muy revelador de tales sutilezas, y de otras no menos importantes; incorpora por ejemplo en el personaje de La Bicha —que conduce al público a los asientos a la entrada y la salida— un guiño a la muerte (tan presente en el relato, desde su título) con un eco de su representación digamos en la cultura azteca y en la propia tradición sueca.

El movimiento escénico es abarcador, para lo cual la sala elegida con sus posibilidades resulta muy apropiada, en una aspiración de espacialidad y, trascendencia que desborda incluso los límites físicos del escenario, en lo cual juega un papel imprescindible la coreografía y por supuesto, la música (aunque demasiado alta en la función a la que asistí).

Respecto a las decisivas actuaciones, Lisette de León borda la Alicia, con transiciones acertadas y un arsenal muy inteligente de gestos, de expresividad contenida pero reveladora; Novlyn Gassiot, como Capitán (su pareja) despliega una preparación física e histriónica adecuada, pero exagera la nota en la proyección eufónica (innecesario el engolamiento de la voz como para acentuar las características esperpénticas del personaje); notable en La Bicha, Charles Wrapner no parece muy bien elegido para las características de Kurt. Sin duda una puesta recordable, esta danza de no escaso color y dinamismo.

No recuerdo nada de ti —también sobre otra pareja en crisis— permitió al actor José Ignacio León llevar a escena ese texto de Rolando Tarajano, fundador de aquel notable Teatro en las nubes que entregó más de un título apreciado dentro de las tablas cubanas en los años 90.

Con su grupo Ágora Teatro, León (Camino de fe) amplía la escritura original de solo 23 minutos a una hora, según el asesor del montaje, el experimentado teatrista Armando del Rosario, y no decepciona el refuerzo que desde el punto de vista narrativo consigue un relato que maneja acertadamente las claves del thriller y el drama erótico.

Si bien la victimización de uno de los miembros de la pareja por otro no es un motivo argumental nuevo, aquí ofrece ciertas claves relacionadas con temas eternos como la posesión, la memoria, los cambios de roles y una perspectiva que se mueve entre lo lúdico y lo morboso dentro de relaciones que accionan también las herramientas del poder.

Desde una puesta minimalista que explota con tacto la escena mediante una certera economía de recursos; una banda sonora complementaria (a cargo de Alejandro Martínez) y las luces de Marvin Yaquis (que pueden matizarse más en determinados momentos a tono con la evolución del drama), casi todo el peso de la puesta recae en los desempeños de la intensa Yía Caamaño (villana en la reciente telenovela Tiempo de amar) y Xavier Chao, con suficiente expresividad, pero a la vez, problemas de pronunciación y dicción que debe perfeccionar.

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