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Cuatro años sin Alicia

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Octubre es un mes pródigo en efemérides para el cubano: desde el día 10, cuando Carlos Manuel de Céspedes inició la lucha por la independencia -que aun libramos en tiempos contemporáneos- en 1868; o el 20, con el estreno de La bayamesa, canto guerrero que se convertiría en nuestro himno nacional; hasta la fundación de instituciones culturales que han marcado nuestra identidad, como el Ballet Nacional de Cuba en 1948.

Pero desde hace cuatro años, el 17 de octubre marca una fecha luctuosa que hay que rememorar siempre, porque nos ha privado físicamente de una figura imprescindible en la historia toda de Cuba: este día de 2019 partió hacia la inmortalidad uno de los mitos de la danza del siglo XX y de todos los tiempos, ALICIA ALONSO.

Aunque ya no esté físicamente entre nosotros, todos estamos más que comprometidos a celebrarla no sólo este, sino todos los días, pues el haber venido al mundo en esta mágica isla, tan pequeña como luminosa, tan pródiga en talentos como en historia, nos hace tributarios de su vida, su obra y su legado imperecedero.

No fue solo su muy conocido talento como gran bailarina,  lo que tenemos que recordar de su vida en un día como este: también hay que mirar a su espíritu ciudadano, su civismo y su apoyo a la cultura cubana dentro de su cosmogónica carrera, que la destacan por entre otros muchos  talentos que prefirieron vivir de sus glorias y sus memorias y no echar sus suertes “con los pobres de su tierra”, parafraseando a Martí. Alicia supo colocar toda su gloria en el grano de maíz que es Cuba, su isla tropical, su riesgo perenne entre huracanes e imperialismos, su palmera que se ondula hasta el suelo, pero que no se separa de sus raíces.

Más allá de su técnica, su estilo y su sentimiento, creó una escuela que hoy admira el mundo entero en bailarines de todas edades y colores formados bajo su sombra. Porque sin Alicia Alonso… mejor, SIN ALICIA –que en Cuba no necesita más apellido– nuestra danza no hubiera sido, más allá de la rumba, el danzón o el cha-cha-chá, aunque en ella danzón, rumba y cha-cha-chá están también justificados.

Muchos factores hubieran podido coincidir en este pueblo perennemente danzante, pero sin el milagro de su nacimiento,  Cuba no hubiera sido ballet, cisne, willi… Giselle o Carmen.

Su sentido del sacrificio y el compromiso con la obra creada la mantienen aun hoy día presente en cada uno de sus bailarines, de las programaciones, de las giras, y de cosas en apariencia tan pedestres como los abastecimientos, las carencias materiales, las penetraciones del mar y hasta los problemas personales de sus artistas y trabajadores.

La Alonso está en cada función de su compañía, en el Gran Teatro de La Habana que merecidamente lleva su nombre, en las giras y eventos internacionales, en cada entrega de medallas y condecoraciones, en su oficina de la casona de Calzada y D en el Vedado, en su sillón del salón azul, en su butaca presidencial o en un acto de reafirmación revolucionaria.

Alicia Alonso siempre es la prima ballerina, la Odette, la Odile, la Swanilda, la Yocasta, la Callas, la mezcla tan rica de nuestra cultura que la ha hecho estrella y miliciana, dama y guerrera, excelsa y sencilla, con la vista de futuro siempre alerta, con el movimiento oculto en sus manos de plumas, con sus casi cien juventudes que vencen el tiempo físico y escriben la historia.

Por eso hoy, aunque no esté tu cuerpo presente, estás y estarás siempre. ¡Eternamente viva en nuestras vidas, Alicia! (Tomado del Periódico Cubarte)

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