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Ernesto Alejo, bailar con Alma

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(…) ellos tienen que bailar así para que el suelo

se caliente o haya que prender fuego a todo esto

o para que la vida vuelva a parecerse a la vida

Roxana Pineda Labairo

Queriendo ser puente, me invento puertas, puestas, puertos que, como finos cauces, nos dejen penetrar en los porqués de las palabras de Roxana Pineda, en lo de adentro y propio que seducen sus visiones ante un joven grupo que danza “en un intento salvaje para afirmar su presencia”. Roxana celebra esta nueva a/puesta de Ernesto Alejo para bailar con el Alma. Ella y él saben, en carnes y huesos, cuánto demanda “construir un discurso emotivo que se haga preguntas sobre nuestro paso por esta tierra”. Ella, la actriz de potentes cualidades, la directora teatral exquisita, la maestra siempre formadora; con él, coreógrafo y maestro profundo, amigo franco, componedor de almas, nos invitan a enhebrar cual “postales de esta isla”, la urdimbre que se teje en Poesía de Isla grande.

Poesia

En el espectáculo vivido por estos días santaclareños dentro de la temporada por el XXVIII aniversario de Danza del Alma, la compañía que Ernesto fundara en 1995 al centro de la isla, imagino motivos y razones. Procuro descifrar, desde mis acercamientos anteriores a la obra y poética de Danza del Alma esos enigmas que involucran cuerpo-mente-obsesiones-formas-memoria-luz-dinámicas-invención-afectos, a modo de piloto discursivo y emotivo situado al interior de un cuerpo/espacio/tiempo total que no es objetivo ni subjetivo, más bien “inobjetivado”. Sí, aquel casi difuso entre expresión e imagen, casi inatrapable y multidimensional donde solo tiene posibilidad de cobrar sentido aquello que nos interesa, que nos conmueve.

Y así fabular en este acceso a Poesía de Isla grande; retornar a Santa Clara, a sus modos “para bailar en casa del trompo”, al universo imaginal de un Ernesto admirado, grande, pleno, al tiempo que no renuncia y vuelve a fundar, para perpetuar su danza (su vida), raigal instancia de voluntad salvadora, de lazo que restablece esos vínculos que lo unen al mundo. Con el deseo de habitar espacios otros, nostalgias y utopías por medio, como “postales de esta isla”, se cuenta que la pieza se vuelve imaginado presagio de pasión por el retorno. Retorno (el de vivir la danza, su goce y porfías permanentes) al origen de la vida escénica, al sitio donde volverse baile en sí es peripecia constante, expresión multivocal de muchos estados. Tal vez, sujeto abierto a percibir las más insólitas sensaciones para convertirlas imágenes, formas, partituras narrantes, vivientes, transformadoras del acontecer, en su condición de ser humano creativo y como segmento, trozo, porción de una comunidad, de una ciudad, de un país.

Ernesto es así, de ese modo imagina, crea, compone, desmiembra: en juntura y ensamble, en enlace y amalgama, en compromiso y responsabilidad, entre la amable belleza y todo aquello que se le parece. Ahí está su clave secreta para establecer el puente necesario entre lo imposible y lo creativo posible, entre la creación y la sensopercepción, entre la máscara y la posibilidad de leer a través de la imagen, porque, justamente en ella “lo lejano se hace cercano, y lo cercano se aleja para dejarse definir”.

Al cabo de estos fugaces años transcurridos de Danza del Alma, cuánta dicha contar con la mirada, escucha y voz cómplice de Roxana, y junto a ella descubrir la posibilidad infinita al desblocar las oquedades del camino, las ausencias y la voluntad oportuna de celebrar la vida. Esa vida que, en Poesía de Isla grande, Ernesto parecería llenarla de porfías en cópula con los cuerpos de sus danzantes. Y así transfigurarse en quietud aparente, en remolino evidente, en firmeza, en rigor y voto, atrevimiento y obstinación, en apuesta e imperecedera utopía. Leyendo a través del sentir de Roxana en las notas al programa de la pieza estrenada, en ella el cuerpo se muestra y glorifica desde las pulsiones, las pasiones, a modo de entrega y participación; cual ceremonia para la duda y la certeza, la forma y el concepto, el movimiento y lo estático, el traje y el desnudo, la escenografía y su jardín florecido.

Esta vez, en Poesía de Isla grande, se me escapa la evidencia del vivir su aquí y ahora, pero me permito transfronterizar la causalidad temporal del camino andado, quizás como paráfrasis a Para salvarme contigo a todo riesgo, pieza de los momentos iniciales de Danza del Alma. Allí el ser, el amar y también la Isla se volvía recurrencia perdurable, máxima que ahora la nueva obra ensancha en su voto y testimonio de un tiempo-cuerpo real y verdadero. Supongo y compongo desde los afectos, quieren ellos siendo corporeidad vivida, relato, tránsito, lejanía y deseo, volver sobre aquellos otros cuerpos-imágenes-memorias, para así otorgarle al movimiento presente una fuga quizás también aparente. Pues, han quedado por siempre atrapados en la voluntad de seguir siendo pasado, presente y futuro de las tantas almas que, en la multiplicidad de sus danzas, Ernesto nos ofrece.

Contar veinte y ocho años al presente de la aventura, es ya un desafío. Traerlo, devolverlo en texto, tras la escritura distante e imaginada de quien acompaña y registra, seguirá siendo franca porfía. Hace casi tres décadas Ernesto votó por la permanencia, por quedar atrapado entre aquellas encrucijadas de los cuerpos idos y venidos, de los árboles talados y plantados, de las luces cálidas y gélidas, de las almas, las nubes, las incertezas. Y, también, por qué no, de las nostalgias que imprimen los andenes. Aun así, hace ya mucho tiempo que su andar se trastocó en baile perpetuo, en mágica manera para transfigurar saltos, giros, caídas, extensiones y equilibrios, en sueños. Hace rato que su utopía cobró cuerpo firme y diestro para volverse desafiante ante la quietud y el silencio.

Hoy, qué más pedir si la memoria en su escritura transita De la brevedad del gesto, tal Crónicas de amor que intentan Otros placeres. Autodiscurso, me preguntaría tal vez, ante La espera, de aquel Pelotón de nueva era, mientras Magdalena se le ocurren otros Juegos de guerra y Machos y Hembras contra la Pared, tramarán un Conciliábulo y yo, A donde el instinto me lleve, siempre te diré Quiéreme mucho… y regálame una nueva Poesía de Isla grande que, como Roxana, me empeñaré en desafiar lo inerte. Ernesto, acaso, ¿habrá razón más poderosa que la voluntad apostada para seguir siendo alma para la Danza? (Tomado del Periódico Cubarte)

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