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La nueva normalidad en la narrativa literaria

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Aunque parezca sorprendente, la expresión «nueva normalidad» –quizás la frase más célebre y añorada en nuestros días–, existe desde antiguo, pero no asociada como ahora a temibles enfermedades sino a la literatura, es una pertenencia de la ficción y la teoría del relato. Aun así, y a pesar de su relevancia a nivel del contenido y estructura del género, este elemento ha pasado inadvertido para los lectores.

¿En qué reside su relevancia? En que, valga la analogía, a los personajes les ocurre lo mismo que a nosotros. Ellos también ansían recuperar la estabilidad perdida. Una historia literaria, recordemos, es un proceso significativo en el que de manera simbólica alguien pierde algo de valor y luego debe batallar para recuperarlo. Aristóteles organizó esta realidad ficticia en tres partes: principio, medio y final. En la actualidad se habla de orden quinario: inicio (equilibrio), complicación (ruptura), desarrollo (enfrentamiento de obstáculos), resolución (desenlace) y final (nuevo equilibrio o nueva normalidad).

Por consiguiente, todo cuento (o novela y noveleta) desde el comienzo apunta al final; busca devolverle al protagonista el equilibrio original, la normalidad que alguna fuerza hostil le arrebatara en cierto instante. De este modo, los personajes afectados deberán enfrentar múltiples escollos (pensemos en Cenicienta) a fin de recuperar el orden perdido. Pero cuando alcanzan el triunfo, ya no son iguales, han cambiado de forma inexorable. De ahí el nombre de «nuevo equilibrio» o «nueva normalidad».

Por lo general los autores crean finales complicados, dejan a los lectores definir o suponer cómo es o será el nuevo orden. Es el caso de El cuentero (1944), de Onelio Jorge Cardoso (1914-1986). De composición en apariencia sencilla, pero en verdad dinámica y compleja, este cuento refiere, mediante un narrador-personaje, la historia de Juan Candela, cortador de caña de la Cuba neocolonial, el cual entretenía a sus compañeros durante el descanso nocturno con narraciones ideadas por él.

Como Juan tenía el don de fabular y contar, les hacía más gratas las noches a sus amigos. Él fraguaba los relatos y los enriquecía con gestos, imitaciones de voces y fantasías. Sin embargo, en el transcurso de los días esa felicidad se frustra. Movidos por la pobre imaginación y la ignorancia –eran, tal vez, analfabetos o semianalfabetos–, varios de los oyentes empiezan a cuestionar los cuentos de Juan, calificándolos de falsos y excesivos.

Afligido, Juan interrumpe esa labor. Pasan las jornadas, y las noches del barracón se cargan de monotonía; los trabajadores sienten que algo les falta; han perdido la alegría inicial. Un día sobreviene la revelación o epifanía del cuento. El narrador principal, arrepentido por haber sido cómplice de esa ingratitud, expresa: «yo sentí que aquellas palabras me apenaban, porque empezaba a comprender que Juan era eso, una cosa que tiene que ver con las estrellas, una cosa que es aunque no lo parezca. (…) Ahora pienso que a los otros les estaba pasando lo mismo. (…) Esa noche no pude dormir como de costumbre. (…) Oí entonces (…) la voz suplicante de Soriano cerca de la hamaca de Juan: –Vuelva a contar esta noche, hágalo Juan».

Poco a poco los jornaleros empiezan a vislumbrar la importancia del arte y de la literatura, de la imaginación y los sueños. Descubren que estos bienes espirituales son esenciales al ser humano, los hacen mejores. De esta forma, quedamos a las puertas de la «nueva normalidad». ¿Dará Juan el «sí» y volverá a contar? Inmenso como siempre, Onelio lo deja en nuestras manos.

Fuente: Granma

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