En el pecho llevó siempre la música, en sus brazos la guitarra y en su actuar una ferviente posición revolucionaria que ligó a cada una de sus criollas composiciones. Fue así como –entre puros acordes de cubanía– se eternizó en la memoria de todo un pueblo la insoslayable obra musical de Eduardo Saborit Pérez.
Basta con escuchar de su extenso repertorio las emblemáticas canciones Conozca a Cuba primero y al extranjero después, Sin bandera, o su imperecedera Cuba, qué linda es Cuba (compuesta fuera del país), para entender la dimensión humana de quien nunca mancilló su arte ni le puso precio a su talento.
Nacido en la calle Caridad No. 30, en el poblado granmense de Campechuela, el 14 de mayo de 1911 –hace 110 años– Eduardo Saborit dio sus primeros pasos al ritmo de música, con su padre como primer maestro.
De joven sufrió una enfermedad que lo alejó definitivamente de los instrumentos de viento, y supo de estrecheces económicas que obligaron a la familia a mudarse hasta Niquero. En ese terruño ejerció varios oficios, conoció a la compañera de toda su vida, Zoila Raga, y junto a los familiares de ella se incorporó a los grupos revolucionarios de la zona que luchaban contra Machado.
En lo adelante, Eduardo Saborit fue dejando una huella imborrable por varias ciudades de la Isla, donde se dio a conocer tanto por su valioso pentagrama musical como por su apego a la causa emancipadora; esa, que con la luz del 1ro. de enero de 1959, encontró en sus composiciones a un cantor de la Revolución.
No en balde, tras su muerte el 5 de marzo de 1963, Jesús Orta Ruiz (el Indio Naborí) no pidió un minuto de silencio, sino «siglos de música para Eduardo Saborit», a quien dedicó estos versos: Por tener hondas raíces, por alegrar campesinos, / por desear los caminos, llenos de niños felices; / por alertar: / Tú que dices que tu Patria no es tan bella / y por morir en la huella / de Fidel y de Martí, / toma, mi hermano, un rubí, / cinco franjas y una estrella.
Fuente: Granma
