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La algarabía que engrasa la maquinaria de descrédito

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Discutir es una condición natural del diálogo en el ser humano, perspectiva que contribuye a la conformación de uniones satisfactorias entre factores diversos, en la medida en que se logren limar asperezas. Por ejemplo, un matrimonio en que no haya diferencias de puntos de vista, discrepancias, por mínimas que estas sean, de alguna manera indica que puede haber tensiones ocultas no resueltas. Igualmente, el director de un buen programa radial tiene que ser capaz de saber escuchar todos los criterios del colectivo, incluso hasta las opiniones más adversas, para entonces tratar de llegar a una coherente conclusión que redunde en un nivel superior de calidad del programa.

Pero una cosa es dialogar sanamente sobre las diferencias para encontrar un acercamiento, y otra es aprovecharse de momentos sumamente críticos, para tratar de imponer puntos de vista por la fuerza.

Vale entonces la pena preguntarnos acerca de esta publicitada voluntad de convocar a un supuesto diálogo con nuestras instituciones culturales, por parte de un grupo de artistas entre los cuales hay quienes nada tienen que ver con el arte, en medio de la peligrosa coyuntura sanitaria por todos conocida.

Realmente, nos parece poco apropiado la urgencia de semejante reclamo, como si esta no fuera una práctica habitual tanto en la Uneac como en la ahs y en otras instituciones culturales; pero, sobre todo, nos inquieta que sea en medio del momento más álgido de la pandemia, cuando nos debatimos entre la necesidad de implementar nuevamente fuertes medidas de restricción, sin dejar de producir aquello que resulta imprescindible para la supervivencia como nación.

Lo que resulta muy sospechoso es la pretensión de armar toda una algarabía mediática en torno al tema de tales derechos, para conseguir que eche a andar la maquinaria planificada de descrédito a la Revolución por parte de los grandes medios internacionales, y justificar así una invasión a nuestro país, añejo guion pasado por agua muchas veces.

Por tal razón, confío plenamente en la capacidad de raciocinio de la mayoría del pueblo cubano que, como garante absoluto de la existencia de la Revolución durante más de 60 años, no se permite caer en semejante trampa.

Hemos sido testigos de las atrocidades causadas por las tropas del enemigo en los países que, por motivo de falsedades esgrimidas contra ellos, han sido tomados por la fuerza; naciones que, además del alto saldo pagado en vidas humanas, jamás han vuelto a ser lo que una vez fueron, como la devastada Libia, entre tantos otros. Que nadie se llame a engaño por la francamente oportunista pretensión de exponer irrespetuosamente sus derechos como artistas, porque en esta se esconden macabras intenciones en nada relacionadas con el universo del arte cubano.

Estamos pasando días de combate en los cuales se pelea «al duro y sin guante», ante desesperadas acciones de la extrema derecha internacional, la misma que asaltó el Capitolio de Washington, la misma que estimuló el asalto a la Embajada cubana en la capital norteamericana, la que, inescrupulosamente, demuestra que no existen límites capaces de detenerla en su ambición por acceder al poder.

El Gobierno cubano, del mismo modo que hiciera nuestro José Martí, se distingue por ser portador de una sopesada estrategia de lucha, con la audacia requerida para evitar la concreción de planes para intervenir militarmente en el país.

Sin embargo, para que no haya equívoco alguno en lo referente al respeto que se merece nuestra dignidad como nación, volvamos a una anécdota poco divulgada de nuestro Héroe Nacional, quien, sin ocultar el agobio que le causaba conocer de cubanos que no lo apoyaban en sus ideas sobre cómo llevar la lucha por la independencia a la Isla, no soporta ofensas personales y da muestra de su hombradía puesta a prueba.

Corría el año 1884 y encontramos a Martí en Nueva York, específicamente en un mitin político presidido por Máximo Gómez, además de contar con la presencia de Antonio Maceo y de Flor Crombet, entre otros patriotas. Acababa Martí de hacer uso de la palabra cuando el orador Antonio Zambrana lo fustiga por su actitud pasiva, al no apoyar las expediciones armadas sin estar todavía el país en pie de guerra, y lo descalifica al expresar «que los cubanos que no secundaran ese movimiento debían usar sayas».

Cuenta el periodista Alberto Plochet que cuando Martí oyó semejante ofensa, avanzó de inmediato hacia el escenario. Cuando subió, le dijo a Máximo Gómez que había sido aludido y que quería hablar.

El Generalísimo le respondió que esperase a que terminara el cubano que estaba en uso de la palabra. Cuando habló Martí, vuelto hacia Zambrana, mirándolo cara a cara, le dijo: «Tenga usted entendido que no solamente no puedo usar sayas, porque soy tan hombre que no quepo en los calzones que llevo puestos. Eso lo pruebo yo aquí y donde quiera».

La rápida intervención de Maceo y de Crombet evitó que el altercado pasara a planos mayores. No obstante, «los ojos del Apóstol irradiaban, compasivos, el inmenso dolor que le causaba el sacrificio estéril, de tanto cubano útil, de tanto cubano bueno».  Sobran los comentarios.

Fuente: Granma Digital

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