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Los juegos expresivos de Adolfo Martí

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En 1982 se reanimó la colección Cucalambé de la Editorial Letras Cubanas, donde trabajaba, y edité una compilación de los tres primeros poemarios de Adolfo Martí ─1922-2002─, que llevaba el título de su primer cuaderno publicado: Alrededor del punto, Premio de Décima en el Concurso 26 de Julio en 1971, al que se sumaban Contrapunto y Puntos cardinales, dados a la luz menos de dos años antes. Con el auge de la décima en Cuba por esa época se producía una renovación de la estrofa, impulsada por varios poetas que desde los 70 escribían o declamaban décimas “cultas” y “populares”, según esta artificial división entre poetas y “decimistas”. Los cultivadores de la décima tenían como líder a Jesús Orta Ruiz, El Indio Naborí, quien, como sabemos, tampoco era solamente un “decimista”.

Visité a Adolfo en donde casi siempre estaba, en la Uneac, no solo porque allí trabajaba, sino porque pasaba muchas horas después de su jornada en las intensas actividades de entonces. No lo conocía. Alguien me había comentado que tenía “malas pulgas”, y me preparé; sin embargo, me fue de maravillas con él, y hasta nos divertimos incluyendo en aquella edición algunas décimas con dedicatorias enmascaradas a personajillos de la vida cultural cubana que yo intentaba identificar ─uno de ellos era precisamente quien me había advertido sobre el mal carácter del autor. Adolfo me abrió el corazón, y desde entonces, cuando nos encontrábamos, compartíamos algunas verdades privadas.

Los primeros poemas publicados de Adolfo Martí aparecieron en el magacín dominical del periódico Hoy. Trabajó en la Editorial Páginas, colaboró en diversos diarios y en 1957 se exilió en México; fue director de Jornadas, órgano del Movimiento Cubano por la Paz. Al triunfo revolucionario de 1959 estaba en Cuba y laboró en el Ministerio de Hacienda y en el periódico Hoy. Cumplió misiones diplomáticas en varios destinos y fue jefe del Departamento de Países Socialistas Asiáticos el Minrex. Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas, ejerció el magisterio, ocupó cargos en el Consejo Nacional de Cultura y fue asesor del Instituto Cubano del Libro; desde 1977 comenzó a trabajar en la Uneac. Realizó versiones de poetas extranjeros para algunas revistas de los llamados “países socialistas”, y colaboró en compilaciones para las editoriales cubanas. Obtuvo premios y reconocimientos, y su bibliografía se concentra fundamentalmente en poemarios, con énfasis en la décima. Formó parte del grupo de poetas que en la década del 70 y principios de los 80 ─Waldo Leyva, Renael González, Osvaldo Navarro, Alberto Serret, Emilio de Armas, Roberto Manzano, Waldo González y Virgilio López Lemus, entre otros─, enriqueció los temas de la estrofa, le ofreció una amplia dimensión y renovó su fuerza expresiva.

Alrededor del punto repasa la naturaleza y la sociedad cubanas con nuevas miradas, al tiempo que recuerda y supera la poesía de siglos anteriores; esta vez, desde un mirador universal y nueva sonoridad, utilizando la asonancia. Los epígrafes asociados a las décimas combinan lo mismo a Manuel Navarro Luna con Kafka, que a Dante con Silvestre de Balboa; una ruptura para su época en que otros creadores participaron. Vocablos empleados con más frecuencia en la llamada “alta cultura”, tributan aquí al fluir del mar, a las descripciones de la palma o la ceiba, al colorido del flamboyán o a la fragancia de la picuala. Desde el “detalle del viento” que es el zunzún hasta el cocuyo, “capellán alado”, se mira a un campo cubano con nuevos lustres, con un ritmo marcado por las pausas de puntos y de comas. Las plásticas descripciones de un ciclón o de un arco iris, las querencias de la madre y la familia, o las tradicionales lecturas, componen una sabia integración de identidad, en que no faltan la picaresca española escondida y los juegos expresivos criollos que hacen retozar a las palabras en un aliento nuevo, a veces burlón, como en la “Décima superrealista para hacerse amar por una mujer que pasa por la calle, según la fórmula de André Bretón”. El poeta demuestra no solo cultura, sino gracia y habilidad para combinar enumeraciones y encabalgamientos, audaces asonancias y otras claves en las lidias de improvisación. No olvida sitios de la memoria, ni su orgullosa condición de hombre vinculado al paisaje, ni el canto a los héroes, ni la esencia de su raigal cubanía, a pesar de haber nacido en Galicia. Tampoco su sentida militancia.

Contrapunto, publicado en 1980 en la colección Mínima de la Editorial Letras Cubanas, viene siendo la continuidad natural, estimulada por la recomendación epistolar de Juan Marinello al autor de Alrededor del punto: “Lo mejor es que pongas nuevos puntos suspensivos y siga la fiesta guajira”. En este cuaderno introduce las fábulas como nuevo elemento, basado en el rico refranero popular español y cubano, y sugerido a veces por sentencias o juicios de grandes escritores; reconoce sus deudas con los más antiguos fabulistas de la Antigüedad, como Esopo, sin dejar a un lado la tradición española, con la que su obra está visiblemente enraizada y comprometida. Aquí Adolfo hace maravillas con referencias o alusiones para entendidos; juntos acordamos sumar otras décimas no incluidas en la primera edición, que alimentan ese juego expresivo y también constituyen un homenaje a una zona de la obra de Quevedo. Con Puntos cardinales, Premio Poesía Julián del Casal de la Uneac en 1979, publicado al año siguiente por Ediciones Unión, Martí cierra un ciclo decimista, en que hace gala de las glosas y rescata viejas décimas con estribillo. Pero no es justo limitar al poeta a la espinela; en este volumen incluye sonetos y sonetillos ─hasta con estrambote─, tercetos y versos libres.

La hora en punto, aparecido en 1983 en la colección Bolsilibros de Ediciones Unión, reúne poemas publicados e inéditos que despliegan una amplia temática con diferentes formas poéticas; desde el soneto amoroso o lírico hasta la cuerda política o la llamada “poesía social”. Sonetos fieles, 2002, se convirtió en un texto renovador de la estrofa modelo del dolce stil nuovo, en él se dan a conocer sonetos de los años 50, en algunos de los cuales se nota un benéfico influjo del intimismo, y a veces un acercamiento al mejor neorromanticismo; uno de los más bellos es “Meditación en claroscuro”: “Esta subida luz de donde llega / tu cauce de palomas en abrazo / definitivo y tierno como un lazo / que nunca se desata ni doblega. // Esta rendida sombra que congrega / tu silueta profunda en cada trazo / y me lleva fragante a tu regazo / como la flor que un jardinero riega. // ¿Serán para decirnos en secreto / las tintas esenciales de un idioma / que no estará por las gargantas quieto? // ¿Será tal vez, y acaso tú lo sabes, / las sombra de las flores este aroma, / y esta luz será el vuelo de las aves?”. Se abordan asuntos diversos: versos patrióticos dedicados a Martí y a Maceo o relacionados con la sociedad, la cultura ─desde El Quijote hasta Beethoven─, su identidad, los héroes, los amigos y la familia, la naturaleza y el paisaje, la política y el activismo político.

Algunos poetas muy reconocidos como Mirta Aguirre, Dora Alonso, Nicolás Guillén y Eliseo Diego comenzaron a publicar desde los años 70 textos dirigidos a los niños, con un desborde exquisito de la fantasía. A la llamada “modalidad” de la serie infantil se incorporaron por los años 80 otros autores como Rafaela Chacón Nardi, David Chericián, y también Adolfo Martí, quien ya había obtenido el Premio Ismaelillo en la modalidad de poesía para niños en 1978 con Por el ancho camino, y su continuidad en esa temática con Libro de Gabriela, publicado por la Editorial Gente Nueva en 1985, acercándose a la ternura infantil desde una proyección equivalente a la de la niña a quien le dedica el texto; estos libros revelaron una nueva faceta poética suya. Abundan el romance, la redondilla, el verso quebrado, así como las rondas y las nanas, y parte de una la tradición española, con sus coplas y cantares que recuerdan al Marqués de Santillana.

Textos de amor, de defensa de la justicia social, de ternura infinita, de identificación con la naturaleza, de combate, conforman la obra de quien, al decir de Ángel Augier “…desde la adolescencia […] ─con tanta intuición como convicción─, escogió el camino de la justicia”. Pero hoy quiero recordarlo con la explosión de risa que tuvimos cuando me reveló el personaje que estaba detrás de la décima “El cochino volador”: “Allá por los matorrales / hubo una manga de viento, / que alzó por el firmamento / muchas cosas terrenales. / Un puerco de tres quintales / volaba con diestra holgura. / Dijo un sinsonte en la altura / al ver pasar al cochino: / “En tiempo de remolino, / cómo vuela la basura”. (Tomado de Cubarte)

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